Reflexiones en "Aforismos de memoria" en el museopedagógicovirtualuam.
Sin memoria nada es posible, nada de lo que hagamos merece la pena (Elie Wiesel).
Esta frase me ha encantado, es la que mejor refleja lo que pienso acerca de la memoria, el olvido y el recuerdo. Nada más leerla, la primera pregunta que me ha venido a la mente ha sido, ¿qué sentido tendría vivir sin poder recordar lo vivido? Es cierto, que cada instante es único, igual de cierto es que este momento, el ahora, jamás volverá a repetirse; pero si no pudiésemos recordar, si no pudiésemos almacenar recuerdos en nuestra memoria, no tendríamos experiencias previas, sería como si cada día fuese el principio del fin, como si cada amanecer naciésemos y con el atardecer todos nuestros recuerdos se borraran, ganándonos cada día la partida el olvido, como si nuestra vida, nuestra existencia, nuestra historia, solo tuviese 24 horas.
Para mí la vida puede compararse con un viaje en tren, con un punto de partida y un destino, y con la incertidumbre de no saber qué nos deparará nuestro camino. En ese viaje nos cruzamos con otros viajeros que comparten con nosotros el camino, algunos permanecen más tiempo, otros se bajan en la primera estación, algunos nos dejan huella y otros nos son ajenos. Pero lo cierto es que de esas relaciones, de esas experiencias, se va llenando nuestra vida, se va formando el bagaje de nuestra historia. Y todos esos momentos los guardamos, los conservamos en nuestro equipaje, en nuestra memoria. Algunos recuerdos los perdemos, otros permanecen a lo largo del tiempo, pero de todos está formada nuestra vida. De esa vida somos dueños, y podemos bajarnos de un tren y tomar otra ruta, pararnos y reflexionar en una estación, o simplemente vivir ese instante sin pensar en nada más. Decisiones, que son al fin y al cabo las que marcan nuestra vida. Lo mejor de ese viaje es que podemos mirar a través de las ventanas de nuestro tren y contemplar en el camino recorrido, sumergirnos en los recuerdos, en los momentos que fueron nuestros, que integran nuestro presente aunque ya no estén y nos pertenezcan un poco menos; recordar a esa persona que nos dio el consejo sobre el que sostentamos nuestra fiosofía de vida, o aquella persona que nos dio la mano cuando tuvimos un tropiezo, o a la que nos abrazó sin preguntarnos porqué llorábamos, o a esa persona que nos hizo temblar la primera vez que vimos y que aún hoy lo sigue haciendo cuando la vemos sentada a nuestro lado, acompañándonos en el viaje. Y sentir que en nuestro libro de viaje cada vez hay más momentos que merecieron la pena ser escritos, que nuestro equipaje cada vez está más lleno de instantes que merecieron la pena ser recordados. Momentos, instantes, personas, que hacen que al final de nuestra vida, de nuestra existencia, cuando dejamos de almacenar recuerdos, conscientes de que nos falta poco tiempo para llegar a nuestro destino, echamos la vista atrás y sonreímos felices porque sabemos que por todo ello mereció la pena la vida.
Para mí la vida puede compararse con un viaje en tren, con un punto de partida y un destino, y con la incertidumbre de no saber qué nos deparará nuestro camino. En ese viaje nos cruzamos con otros viajeros que comparten con nosotros el camino, algunos permanecen más tiempo, otros se bajan en la primera estación, algunos nos dejan huella y otros nos son ajenos. Pero lo cierto es que de esas relaciones, de esas experiencias, se va llenando nuestra vida, se va formando el bagaje de nuestra historia. Y todos esos momentos los guardamos, los conservamos en nuestro equipaje, en nuestra memoria. Algunos recuerdos los perdemos, otros permanecen a lo largo del tiempo, pero de todos está formada nuestra vida. De esa vida somos dueños, y podemos bajarnos de un tren y tomar otra ruta, pararnos y reflexionar en una estación, o simplemente vivir ese instante sin pensar en nada más. Decisiones, que son al fin y al cabo las que marcan nuestra vida. Lo mejor de ese viaje es que podemos mirar a través de las ventanas de nuestro tren y contemplar en el camino recorrido, sumergirnos en los recuerdos, en los momentos que fueron nuestros, que integran nuestro presente aunque ya no estén y nos pertenezcan un poco menos; recordar a esa persona que nos dio el consejo sobre el que sostentamos nuestra fiosofía de vida, o aquella persona que nos dio la mano cuando tuvimos un tropiezo, o a la que nos abrazó sin preguntarnos porqué llorábamos, o a esa persona que nos hizo temblar la primera vez que vimos y que aún hoy lo sigue haciendo cuando la vemos sentada a nuestro lado, acompañándonos en el viaje. Y sentir que en nuestro libro de viaje cada vez hay más momentos que merecieron la pena ser escritos, que nuestro equipaje cada vez está más lleno de instantes que merecieron la pena ser recordados. Momentos, instantes, personas, que hacen que al final de nuestra vida, de nuestra existencia, cuando dejamos de almacenar recuerdos, conscientes de que nos falta poco tiempo para llegar a nuestro destino, echamos la vista atrás y sonreímos felices porque sabemos que por todo ello mereció la pena la vida.
El mensaje de la historia a la memoria es el agregar al trabajo de memoria no solamente el duelo por lo que ya no es, sino la deuda respecto a aquello que fue (Paul Ricoeur).
La memoria permite recordar lo vivido, poder volver atrás en el tiempo y revivir momentos pasados. Recordar no es solo añorar lo que fue y ya no es, sino también poder volver a experimentar de alguna manera lo vivido. Sin memoria, ¿dónde quedarían los momentos, las experiencias, las personas, las palabras, las miradas o los sentimientos?
Si alguien me diese la oportunidad de decidir si quiero vivir o no con memoria, no recordando nada absolutamente de mi vida antes de esa decisión, tal vez lo pensaría unos instantes, instantes en los que probablemente me viniesen a la mente los momentos más tristes, duros o penosos de mi vida, las decisiones equivocadas, las personas a las que dejé que se bajaran del tren. Tal vez por un instante tuviese la tentación de decidir que no quiero recordar, pero sé que de manera inconsciente, en ese momento, volverían a mi mente recuerdos del ayer, que ya no me pertenecen, pero que los viví, que fueron míos y que aún hoy, tras tantos años, siguen logrando hacer que se me dibuje una sonrisa en la cara. ¿Recordar? Sí, porque lo único que verdaderamente tenemos es tiempo, y no es eterno; si no pudiésemos recordar sería como si alguien nos hubiese quitado esa parte de nuestra vida, porque al fin y al cabo, las personas solo somos lo que fuimos y el sueño de lo que queremos ser.
Si alguien me diese la oportunidad de decidir si quiero vivir o no con memoria, no recordando nada absolutamente de mi vida antes de esa decisión, tal vez lo pensaría unos instantes, instantes en los que probablemente me viniesen a la mente los momentos más tristes, duros o penosos de mi vida, las decisiones equivocadas, las personas a las que dejé que se bajaran del tren. Tal vez por un instante tuviese la tentación de decidir que no quiero recordar, pero sé que de manera inconsciente, en ese momento, volverían a mi mente recuerdos del ayer, que ya no me pertenecen, pero que los viví, que fueron míos y que aún hoy, tras tantos años, siguen logrando hacer que se me dibuje una sonrisa en la cara. ¿Recordar? Sí, porque lo único que verdaderamente tenemos es tiempo, y no es eterno; si no pudiésemos recordar sería como si alguien nos hubiese quitado esa parte de nuestra vida, porque al fin y al cabo, las personas solo somos lo que fuimos y el sueño de lo que queremos ser.
El testimonio es un vestigio de algo que existió (Paul Ricoeur).
La memoria es la huella inmortal de lo vivido porque nos permite poder recordar el pasado aunque vivamos en el presente. Viviremos y habrá cosas que olvidemos, pero siempre algo permanecerá y de pronto un día volverá a nuestra mente. La memoria es el recuerdo latente de lo vivido. Y ese algo que existió integra lo que somos, lo que nos ha hecho ser, lo que nos define, nuestra identidad, porque somos lo que recordamos ser.
La experiencia, el recuerdo, la memoria, nos hace libres porque nos enseña herramientas para vivir el presente, para evitar que cada vez que nos enfrentamos a algo sea como la primera vez. Es cierto que las experincias que vivimos nos condicionan en nuestra toma de decisiones, quizá si no aprendiésemos porque no recordásemos, conservaríamos esa inocencia de la niñez, sin alcanzar a entender la maldad del mundo, y así quizá actuaríamos menos condicionados por nuestra experiencia previa, pero considero que esa ignorancia de la realidad nos hace menos libres y estar mucho más perdidos.
Sin memoria sería como pasear por la playa y como si cada paseo que diésemos lo borrase una ola al llegar a la orilla; no habría nada que se quedase grabado, que permaneciese por encima del tiempo que pasase. Si el olvido borrase todos nuestros recuerdos, si no pudiésemos almacenar lo vivido, ¿por qué vivir si vamos a olvidar lo vivido?
La experiencia, el recuerdo, la memoria, nos hace libres porque nos enseña herramientas para vivir el presente, para evitar que cada vez que nos enfrentamos a algo sea como la primera vez. Es cierto que las experincias que vivimos nos condicionan en nuestra toma de decisiones, quizá si no aprendiésemos porque no recordásemos, conservaríamos esa inocencia de la niñez, sin alcanzar a entender la maldad del mundo, y así quizá actuaríamos menos condicionados por nuestra experiencia previa, pero considero que esa ignorancia de la realidad nos hace menos libres y estar mucho más perdidos.
Sin memoria sería como pasear por la playa y como si cada paseo que diésemos lo borrase una ola al llegar a la orilla; no habría nada que se quedase grabado, que permaneciese por encima del tiempo que pasase. Si el olvido borrase todos nuestros recuerdos, si no pudiésemos almacenar lo vivido, ¿por qué vivir si vamos a olvidar lo vivido?
La imaginación está autorizada para soñar. A la memoria se le exhorta a ser verdadera (Paul Ricoeur).
El presente es solo este momento efímero que tenemos, porque solo somos lo que somos ahora. El futuro es incierto, impredecible. Pero el pasado es algo que fue, que ya no es, que no podemos cambiar. La imaginación nos permite soñar con un futuro, inventar realidades sobre las que queremos sostener nuestra vida un mañana. Pero el pasado, el recuerdo que tenemos de lo vivido, es algo que aunque moldeemos no va a hacer que cambie lo que fue. El pasado es algo que fue y que en el ahora nos es ajeno. Es algo que no tenemos y que no podemos cambiar.
¿Cuál ha sido mi experiencia con esta herramienta?
La realización de estas reflexiones ha sido una de las cosas que más me ha gustado de todas las prácticas mandadas. Me ha permitidosentarme delante de un ordenador y pensar, sentir y plasmar todas esas ideas que pasan por mi mente y que a veces, por falta de tiempo quizá, no me permito escribirlo.
¿Qué utilidad podría tener esta herramienta como maestra de Primaria?
La realización de esta actividad se puede realizar perfectamente con alumnos de Primaria, adaptando las citas al nivel de los alumnos. Actividades como esta permiten reflexionar y por unos momentos alejarte del ajetreo de la vida.
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